
No voy a escribir sobre el primero, ese fue irrelevante, no me movió ni un pelo. El segundo, ese sí que lo recuerdo, me movió algo más que las hormonas. Ya verán:
Corría otoño de 1977 y sonaba “baby come back” melosamente, ruidosamente, en el tocadiscos (sí probablemente era un LP) de mi prima. De pronto, uno, dos, tres pasos y estaba frente a mí, debí levantar la vista como 15 cms para hacer eye contact. Antes de que le dijera si o no, ya estaba rodeando mi cintura con sus brazos de maquisapa, me daba como tres vueltas.
Ay, ahora qué hago, eso de que los codos interponen distancia no iba a funcionar, además, tampoco quería que funcione. Entonces, brazos al cuello namá, qué se iba a hacer.
Primero, la temperatura, luego el olor, aunque casi al mismo tiempo, temperatura y olor, luego la textura de la ropa, luego la sensación de la piel del cuello, de los brazos, del rostro, de la barba incipiente, del pelo, después, pero más cerca, la percepción de los micro-movimientos, como 60 kilos de huesos acomodándose en 1.75 de estatura, que llevaban armónicamente 48 kilos contenidos en 1.60. La “L” con la “i” como diría mi mamá.
Un inglés mascado en mi oído derecho, como un susurro, baby come back, I was wrong, and I just can’t live without you pan, pan, pan!!!, la típica guitarra eléctrica del rock lento de los 70, ese que se dejó de bailar, no sé por qué extraña razón, si era tan rico!
Cuando abrí los ojos noté que no nos habíamos salido de la loseta donde empezamos a bailar, pero yo sentía que me había llevado de norte a sur, de este a oeste y que habíamos recorrido toda la línea ecuatorial a pie en los tres y algo minutos que dura la canción. Ahora me río, pero así fue, la sacuara que me estaba sacudiendo de esa manera se quebraba de tal forma que mi pelo casi tocaba el suelo en cada ir y venir, como muñecos porfiados que se balanceaban sobre su eje. Ese muchacho esmirriado, moreno, de ojos enormes y brazos de tenaza se llama Polo Gallo, aun lo recuerdo, con una infinita ternura.