
El sushi es un pretexto de dos veces por semana para confesarnos nuestra amistad. Con ellos aprendí a comer con palitos. Me enseñaron los placeres del pescado crudo y las bondades del ochá, frio como caliente. Arroz, siempre blanco. Vino a veces. Nunca Inca Kola ni cosas de ese tipo, lo más cercano a Capón después de mi incursión primera de la mano de mi padre hace ya tantos años.
Nunca ordeno yo. Sólo sigo los códigos. A veces una sopa misoshiro, a veces defrente el sashimi. Me reconcilié con el wasabe porque me copié de la fórmula perfecta, ni muy muy, ni tan tan, lo justo y necesario, para que el sillao adquiera la categoría gourmet.
Son dos veces por semana, a veces sólo una. Caminamos hasta El Polo y abrimos el local, nunca hay nadie a las 12 todavía. Abusamos de nuestro tiempo de refrigerio y la hora se nos pasa tan rápido que ignoramos los relojes. La China exige, como buena, creatividad, diferencia, innovación. El Chino, observa con condescendencia y hace la orden. Yo sólo espero. Cualquier combinación que venga de la mezcla de ambos temperamentos ha de ser buena. Es rara esta relación triangular tan armónica. Nunca sobra nadie, pero tampoco falta, si salimos de a dos también está bien. Si es de a tres es mejor, sin embargo, hay una química especial en ese trío. Sin violines ni terceros en discordia. No hay attachment, pero de alguna forma lo hay. Ese fue el tema de nuestra conversa de hoy. El Chino no cede y la China no da tregua. Siempre opinan cada uno desde la orilla opuesta. Esa esgrima mental y verbal me encanta. El Chino dice que es una cuestión de temperamentos, la China dice que es un MUST en la vida. Que quien no ha sufrido de attachment no ha vivido. Esta vez concuerdo con ella pero no siempre es así. No fundamentalizo con ellos, nunca pongo nada en tela de juicio, estar con ellos garantiza mi derecho a la irreverencia, a ser yo cuando me da la gana y a no ser nada cuando estoy desganada, no tengo que esforzarme con ellos, sólo dejarme ser, en armonía y de a tres.
Hoy que me invitaron por mi cumpleaños fue aun más especial. Debe haber sido por el vino rosé. Nos soltó la lengua al toque, aflojó las emociones, dilató las papilas gustativas y prendió el pálido rostro del Chino. Es un efecto que produce el alcohol en los de origen asiático, y aunque él solo tiene 25% se pone como un camarón, mientras que a ella, China en 75%, no se le mueve un pelo. De regreso seguíamos elucubrando sobre las relaciones, encendidos por el vino y felices por la conversa. Bien terapéutico esto del sushi, con el rosé y el attachment, una combinación perfecta.
Nunca ordeno yo. Sólo sigo los códigos. A veces una sopa misoshiro, a veces defrente el sashimi. Me reconcilié con el wasabe porque me copié de la fórmula perfecta, ni muy muy, ni tan tan, lo justo y necesario, para que el sillao adquiera la categoría gourmet.
Son dos veces por semana, a veces sólo una. Caminamos hasta El Polo y abrimos el local, nunca hay nadie a las 12 todavía. Abusamos de nuestro tiempo de refrigerio y la hora se nos pasa tan rápido que ignoramos los relojes. La China exige, como buena, creatividad, diferencia, innovación. El Chino, observa con condescendencia y hace la orden. Yo sólo espero. Cualquier combinación que venga de la mezcla de ambos temperamentos ha de ser buena. Es rara esta relación triangular tan armónica. Nunca sobra nadie, pero tampoco falta, si salimos de a dos también está bien. Si es de a tres es mejor, sin embargo, hay una química especial en ese trío. Sin violines ni terceros en discordia. No hay attachment, pero de alguna forma lo hay. Ese fue el tema de nuestra conversa de hoy. El Chino no cede y la China no da tregua. Siempre opinan cada uno desde la orilla opuesta. Esa esgrima mental y verbal me encanta. El Chino dice que es una cuestión de temperamentos, la China dice que es un MUST en la vida. Que quien no ha sufrido de attachment no ha vivido. Esta vez concuerdo con ella pero no siempre es así. No fundamentalizo con ellos, nunca pongo nada en tela de juicio, estar con ellos garantiza mi derecho a la irreverencia, a ser yo cuando me da la gana y a no ser nada cuando estoy desganada, no tengo que esforzarme con ellos, sólo dejarme ser, en armonía y de a tres.
Hoy que me invitaron por mi cumpleaños fue aun más especial. Debe haber sido por el vino rosé. Nos soltó la lengua al toque, aflojó las emociones, dilató las papilas gustativas y prendió el pálido rostro del Chino. Es un efecto que produce el alcohol en los de origen asiático, y aunque él solo tiene 25% se pone como un camarón, mientras que a ella, China en 75%, no se le mueve un pelo. De regreso seguíamos elucubrando sobre las relaciones, encendidos por el vino y felices por la conversa. Bien terapéutico esto del sushi, con el rosé y el attachment, una combinación perfecta.