viernes, 10 de julio de 2009

de boleto...


Iban de boleto. Directo a la estación del bus luego de una noche de juerga y de una semana de chamba ininterrumpida. El con su cámara y ella con su grabadora. Se sentían un poco raros. De colegas habían pasado a ser amigos y de eso a amantes circunstanciales. Se acomodaron en los asientos de adelante para monitorear al chofer, pero el sueño los venció en la primera curva. Se chorrearon en los asientos. Habían levantado estratégicamente el respaldo del brazo para poder estar más cerca.
No iban de regreso a ninguna parte. El viaje continuaba un poco a la aventura, tal y como había empezado. No llevaban credenciales ni libreta electoral. Iban a la de dios. Si los paraba el ejército, o si los terrucos les pedían cupo, igual llevaban todas las de perder. Demasiado hippies para los primeros, y demasiado aburguesados para los segundos. Eran los típicos estudiantes de pelo largo y revuelto, tanto ella como el. El calor del mediodía los llevó a despegarse, el sudor había adherido sus cuerpos. Ya estaban bajando a la selva, la entrada a Tingo María les llenó los ojos de verde pero les puso el alma en un hilo. La llegada a ese lugar de nombre sonoro iba ser el corolario inesperado de una bitácora que otros reconstruirían por ellos muchos años después.

La parada en Tingo sólo era para buscar a un datero. Allí tendrían que decidir, como los 13 del gallo, si cruzaban la frontera de lo incierto para meterse a la selva del horror. Cualquiera que fuera la decisión que tomaran la iban a asumir de a dos, como lo habían hecho desde que salieron de Lima, cargando sus mochilas y sus expectativas de fama. Encontraron al tuerto en una chingana de mala muerte. Tuvieron que sentarse a chupar con él y ya habían consumido cuatro botellas de cerveza antes de que éste se animara a soltar prenda. El tipo los había estado tasando. Pretendía sacar el máximo provecho de la información que manejaba, pero rápidamente concluyó en que ese par de aprendices no le iban a redituar muchas ganancias. La chica estaba buena pero era muy escuálida, sólo un buen par de tetas, que la hacían verse como una pita con dos nudos. El otro tenía pinta de idiota con los parpados adormilados, cuando bajaba la vista para servir la chela daba la impresión de tener los ojos cerrados. Par de moscas muertas, pensó el tuerto, cuando el chico encendió la cámara que llevaba en la mochila respondiendo a un gesto de la chica que empezaba a disparar preguntas de la forma mas obvia.

Mamacita linda, soltó a boca de jarro el datero, yo te paso el yara pero este cacharro no sale en ninguna parte, así que compadrito, apagas la huevada o te reviento por debajo de la mesa y te quedas sin la herramienta para hacer feliz a tu hembrita. Los chicos se miraron y cada uno vio el espanto en la cara del otro. Como si se hubieran puesto de acuerdo inhalaron profundamente al mismo tiempo y soltaron el aire al unísono. El tuerto estalló en carcajadas. Par de mocosos cabrones, no se vayan a poner a llorar que no voy a ser tan estúpido de gastar pólvora en gallinazos, además, el arte de mi oficio consiste en pasar piola nomás, así que si me vieron hoy, saliendo por esa puerta ya no se acuerdan, “capiche”, dijo en un intento vano por emular a Cappone.

Acto seguido, el tuerto vació el contenido de lo que quedaba de la quinta botella en su vaso, se lo bebió de un trago haciendo un ruido gutural que provocó una arcada incontenible en la chica. Mientras ella vomitaba sobre el piso de tierra, el chico recogía un papelito que el tuerto dejó caer disimuladamente en el vómito. Continuará…