miércoles, 30 de diciembre de 2009

despropósitos 2010


"Cuántas veces precisamos la vida entera para cambiar de vida, lo pensamos tanto, tomamos impulso y vacilamos, después volvemos al principio, pensamos y pensamos, nos movemos en los carriles del tiempo con un movimiento circular, como los remolinos que atraviesan los campos levantando polvo, hojas secas, insignificancias, que a más no llegan sus fuerzas, mejor sería que viviéramos en tierra de tifones. Otras veces es una palabra cuanto basta". (Fragmento de La balsa de piedra de Saramago)

He decidido hacer catarsis y decirlo ya! a los cuatro vientos, a quien me quiera escuchar y a quien no también. El año nuevo y el que se van, como siempre, mis mejores pretextos para hurgar, entre los libros, la música, el Internet, cualquier fuente que me quite el síndrome de la página en blanco.

Vivir la vida pre-determinada es una tortura. El Papa regresa con su monserga de que la mujer fue hecha de la costilla de Adán y refuerza su rol de compañera. La Iglesia una vez más abre su gran boca para recordarnos por dónde tenemos que andar y derechito camino a la salvación. Me encanta la vida de pareja, que no se me mal entienda. Pero en esta vida de pareja, cada roto busca a su descocido con sanas o turbias intenciones, que al Papa por cierto, no deben concernirle en absoluto. Y qué hay de las mujeres sin pareja? Y de las que se emparejan entre ellas, y de las que tienen más de una pareja? o de las que andan disparejas, entre el si y el no y el tal vez también? Me parece un despropósito, por decir lo menos, pretender meternos a todas y cada una en el propósito de una iglesia anacrónica y desfasada de la realidad.

También es una tortura, sin embargo, vivir la vida indeterminada. Hay momentos en que una precisa de certezas. Certeza de amor. Certeza de salud. Certeza de dinero. Certeza de que el tiempo se puede combatir con una dieta balanceada y un buen régimen de ejercicios. Certeza de los hijos, de sus horas de salida pero sobretodo de las de llegada. Certeza de los meses fríos y del sol en Año Nuevo. De las burbujas del champagne y las cosquillas en el estómago, de las que nunca queremos prescindir. Certeza de un espacio ocupado en un lugar pre-determinado de la mesa y no determinado de la cama. De los horarios en el baño y de las dosis de pasta en el cepillo. De los colores en las uñas, fríos en verano y cálidos en invierno y de las sesiones de cera como mínimo una vez por mes.

Tortura de sentirse torturada, tanto por la certeza como por la arbitrariedad. Por no caber en el pellejo y vivir a merced de las hormonas. Por encontrar sosiego en la soledad conmigo y desasosiego en la soledad de a dos. ¿Quién llamó ángeles a los momentos de silencio donde se buscan las palabras y se encuentra el tedio? Tortura por no encontrar esa palabra, la que basta y sobra. La que convierte en tifón la tímida brisa de verano, y te pone la piel de gallina y te dibuja las chapas como a niñita serrana. Tortura por encontrarla donde no la buscas y cuando menos te lo esperas, y no saber qué decir ni qué hacer, porque las certezas, ah, las certezas, son las que menos te torturan cuando llega la calma.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El último asiento de la fila



Cualquier parecido con la ficción es pura realidad…

Me senté pensando pasar un vuelo tedioso y aburrido, solo amenizado por Tokyo Blues de Murakami y la eventual turbulencia al sobrevolar la Amazonía y los Andes. Veinte días fuera suman lo justo y necesario para hacerse extrañar y extrañar. Toda la experiencia ganada en una pasantía por Medellín explorando el tema de cultura ciudadana y disfrutando de la amabilidad de los paisas me hacía regresar llena de energía. Dispuesta a desconectarme de mis pensamientos que me tenían de lo más acelerada, a bajar las revoluciones desatadas por las ingentes cantidades de cafeína consumidas en los tinticos, me apoltroné en el 21 C y abrí en la página marcada con el boleto del Metro de Medellín.

Como el flashback de Watanabe aterrizando en Hamburgo transportado por Norwegian Wood de los Beatles, di un brinco al pasado al escuchar la voz del piloto. Buenas noches, les saluda el capitán Alfredo Laurel Zorro, bienvenidos a su vuelo TACA 133, Bogotá – Lima… qué regalo del destino, pensé, ponerle la cereza al pastel de esa manera.

Tomé la libreta de apuntes que siempre llevo en la cartera, - rezagos de mi época de reportera- y escribí: hola, qué gusto que seas tú quien me lleva de regreso a Lima, Mabe. Llamé al purser y le pedí que llevara mi mensaje. Mi compañera de pasantía sentada a mi lado no paraba de hablar, lo había hecho incesantemente durante todo el viaje y ahora disparaba su artillería de palabras a un boliviano que le dio pie. El purser tardó en regresar exactamente lo que demora recorrer el pasadizo del avión de ida y vuelta, traía una copa de champagne en la mano. Una invitación del capitán, dijo parcamente. Yo sin embargo, le noté un gesto cómplice en la mirada. Mi amiga interrumpió su cháchara. ¿Y eso? me preguntó. Yo no pude contener la carcajada. Parece que aun se acuerdan de mí, le dije. Pues me lo cuentas todo y exageras, pero ya! Se dio la vuelta y dejó al boliviano con la palabra en la boca.

Bueno, qué versión quieres, ¿la de Naoko o la de Midori? Empezaré por la más triste. Naoko había prevalecido los dos años anteriores de conocer a Alfredo. Habían sido años de auto-mutilación y de mucha angustia. Una negación permanente de la capacidad de sentir con la piel. Era la época en que me entregaba por miedo a perderlo todo y sin embargo ya había perdido todo. Estaba seca, por dentro y por fuera. Vivía los estertores de una relación dañina al máximo, por su total dependencia y unilateralidad. Estaba atada al padre ausente a través de un enamorado prepotente que me tomaba y dejaba con absoluta arbitrariedad. Yo me dejaba llevar como un tronco tieso que el río arrastra, destrozándolo contra las piedras, astillándolo y pudriéndolo por dentro. Andaba por inercia, sólo reaccionaba ante el timbre del teléfono esperando llamadas que nunca llegaban. La época de Naoko fue la peor de mi vida y sin embargo la que más valoro, por todo lo que aprendí. Me hizo fuerte ser Naoko, me hizo grande poder matar a Naoko, y sacarla de mí. Matando a Naoko me volví inmune a esa parte de mi misma y le devolví brillo a mi cabello y suavidad a mi piel. Le metí carne a mis huesos y nunca más fui un cadáver andante.

Sorbí el champagne. Brindé en silencio por Naoko, q.e.p.d. dispuesta a continuar mi relato. Mi amiga me interrumpió. No entendía nada. Tuve que ser menos figurativa. Mira Patty, ¿te acuerdas del libro que te comenté donde el eje de la trama es el suicidio? Bueno, Naoko es el amor del protagonista, Watanabe. La historia empieza en una situación similar a ésta, Watanabe escucha una canción de los Beatles en el avión y eso lo lleva a recordar lo que vivió en su juventud, cuando Naoko estaba viva.

OK, ya se te subió el champagne a la cabeza… continúa, pero dime ¿y tú qué tienes que ver con Naoko? ¿Yo? No sé, es que acabo de hacer la asociación, será por lo deprimida que andaba por esa época, justo cuando conocí a Alfredo, acababa de terminar mi relación con el pata ese que te comenté, el que me hizo la vida a cuadritos.
OK, got ya. Pero, ¿qué pasó con el capi? ¿Por qué te has emocionado tanto?

Si quieres que te cuente trata de abstraerte un poquito ¿si? No quiero ser tan obvia, déjame disfrutar de la magia de este momento. Bueno, maga, parece que el hechizo perdura porque allí viene el mensajero otra vez. El purser se dobló para alcanzar mi oreja, el capitán la espera en primera, me dijo en un susurro.

Me paré despacio mientras revisaba mi aspecto. ¿Cómo me veo Patty? Seguro que está calvo y panzón me comenté a mi misma. Antes de escuchar su respuesta me terminé el resto del champagne, me metí un chicle en la boca y enrumbé hacia el pasado. Traspasé el umbral de los ciudadanos de a pie para entrar a la intimidad de unos cuantos. A esos también los dejé atrás y me quedé en la antesala de mis recuerdos, estaba casi en penumbra. De pronto, un haz de luz se filtró de la puerta de la cabina que se abría. ¿Mabe? Una voz incrédula me sonó familiar. Esforcé la visión. Antes de terminar de calzar esa imagen con la de mi memoria, ya estaba envuelta en un abrazo cálido y urgente. Permanecimos así varios minutos, mudos. Déjame verte, te felicito, sigues hermosa. Y tú, baby face come años, conservas el pelo y la barriga plana. Nos echamos a reír nerviosos.

Atropellamos las palabras explicando las circunstancias que nos hacían encontrarnos después de tantos años a más de 10,000 metros de altura. Siempre quise que volaras conmigo. Y yo jamás me iba a arriesgar a tus maniobras temerarias. Y ya ves, no te libraste, el destino te trae de regreso a mis manos. Te equivocas le dije, tus manos me llevan de regreso a casa. En menos de 10 minutos resumimos nuestras vidas, cambio de la vida militar a la aviación comercial, dos hijos, la muerte de su primera esposa, que me solía ver en televisión, que luego me perdió el rastro, que me casé en la playa. Era halagador saber la cantidad de detalles que conocía de mi vida. Finalmente, antes de que las palabras se agotaran, lo mandé de regreso a pilotear el avión, anda le dije, no quiero secuestrar al piloto. Nos volvimos a abrazar, esta vez por corto tiempo. Di la vuelta sin dejar de sonreír sintiendo que sus ojos recorrían mi espalda.

Llegué al último asiento de la fila, me senté y tomé mi libro. Patty me lo quitó. Estás loca si crees que no me vas a decir lo que pasó. Lo haré, pero me apetece un trago primero. Una hostess había reemplazado al purser y pasaba por mi lado observando. Le pedí un vaso con vino blanco. Creo que está celosa, me dijo Patty riéndose. Ay no seas monga deja de fantasear y escucha:

“Entre sorbo y sorbo de cerveza fría, observé a Midori, de espaldas, que cocinaba con esmero. Movía su cuerpo con agilidad y destreza mientras realizaba cuatro tareas a la vez. Viéndola, uno pensaba que estaba probando lo que se cocía en la cazuela, que picaba algo sobre la tabla de cortar o sacaba algo del frigorífico y lo servía en un plato, o que estaba lavando un cacharro que ya no necesitaba. De espaldas recordaba a un percusionista indio. De esos que, mientras está haciendo sonar unas campanillas, aporrean una tabla y golpean unos huesos de búfalo de agua. Todos sus movimientos eran rápidos y precisos, el equilibrio perfecto. La contemplé con admiración.”

Patty se había pasmado, definitivamente no me estaba siguiendo y yo ya estaba volando a mil por hora. Mi habladora amiga estaba a punto de entrar en estado autista de tanta confusión y eso me daba remordimiento. Troné los dedos en su cara y pestañeó. Bueno amiga, te voy a explicar. El alter-ego de Naoko en el libro es Midori. Midori es eros, Naoko era tanatos. Midori es fenomenología de los sentidos, es la exacerbación del placer. Midori anda en unas minis impresentables y adora exhibirse. Cuando cocina para Watanabe entra en un frenesí loco pensando en los ojos que la observan y en las sensaciones que su comida y su cuerpo están despertando en él. No lo ve, pero siente sus ojos recorriéndole la espalda e intuye la saliva que llena la boca de su amigo, lo está provocando y eso la hace sentirse viva.

¿Y qué tiene que ver todo eso con la historia entre tú y el capitán? En realidad nada, le dije, con flojera de hacerla entrar en mi juego de roles. Es sólo que una vez me metí clandestinamente a su cuarto en la FAP y le cociné. ¿Juat? Tú estabas más loca que Midori! Buena Patty, por fin agarraste el hilo. Sígueme que me estoy asustando un poco de tanta coincidencia.

Alfredo me conoció saliendo de la crisis, aun no me encontraba estable y por eso fingía una seguridad y un aplomo que estaba lejos de sentir. Me volví más snob que nunca. Se me veía muy suelta de huesos pero en el fondo lo que tenía era un miedo horrible de volver a caer en el hoyo. Alfredo jamás me exigió compromiso y a pesar de venir de un medio extremadamente machista, nunca me reclamó mis excesos de maquillaje, mis pelos alborotados ni mis trajes estrambóticos. Creo que le divertía ver la cara de sus amigos y sobretodo de las esposas de los oficiales cuando nos aparecíamos en las reuniones institucionales muertos de la risa cada uno con una botella de cerveza en la mano. En esa época, terminé de enterrar a Naoko y dejé salir a flote a este otro personaje encantador que ahora comparo con Midori, el segundo amor de Watanabe. De hecho, fue mucho más agradable convivir con Midori que con Naoko. Midori me dejó su desparpajo, su frescura y su agudeza. Con Midori habitando en mi, rescaté la libido y dejé de pensar que era frígida. Alfredo conoció y disfrutó mi lado Midori, y hace un rato, cuando sentía sus ojos recorrer mi espalda, esa parte de mi volvió a aflorar.

Por eso estás tan turbada, querida amiga, creo que hoy no sólo te has encontrado con el capitán ese con nombre raro, sino con todo tus amigos japoneses. Nos echamos a reír y a llorar. El último asiento de la fila era lo más cerca de casa que había estado jamás.

sábado, 17 de octubre de 2009

Verdadero o Falso


En un taller las facilitadoras invitaron a los participantes a hacer el siguiente ejercicio: escribir en un papel, tres verdades y una mentira sobre uno mismo. El objetivo, romper el hielo dentro del grupo y que la gente se empiece a conocer y a interesarse por el compañero de al lado y el de más allá, ese con cara de apestado al que nunca le hubieras dirigido la palabra a no ser que…te enteras que habla cinco idiomas y vivió 2 años entre etnias africanas…

Así que, a propósito de los 45 que estoy a punto de cumplir voy a jugar conmigo misma a ver si dejo de verme como una apestada y me reconcilio con mis verdades y mis mentiras por todas y de una vez:

Me hice la pila en la cama hasta los 5 años, y me chupé el dedo también V/F
Fumé mi primer cigarro negro con un negro y sólo tenía 10 años V/F
Conocí el significado de la palabra masturbación escuchando a Artidoro Cáceres en la radio, pero ya tenía como 16! V/F
Poco tiempo después la empecé a experimentar para recuperar el tiempo perdido V/F
Mi primer enamorado nunca me besó V/F
Mi segundo enamorado me llevó hasta el cielo sin penetrarme V/F
Mi tercer enamorado nunca me dio un orgasmo V/F
Nunca me sentí totalmente a gusto en mi colegio V/F
Casi me sentí a gusto en mi universidad V/F
Me sentí realizada con mi Maestría V/F
Nunca me sentí bonita V/F
Siempre me sentí sexy V/F
Sólo tomé conciencia de mi trasero a los 14 V/F
Cuando tenía 9 me gustaba una chica de mi cole V/F
Odio a mis hermanos V/F
Me pesa hacerme cargo de mi madre V/F
Nada está antes que mi familia V/F
Mi marido me ama demasiado V/F
Me depilo cada 15 días V/F
Alguna vez practiqué el ojo por ojo…me sentí peor V/F
Me muero por fumar un troncho pero no quiero perder autoridad moral frente a mis hijos V/F
No me confieso ni muerta V/F
A veces se me da por ir a misa V/F
Me gusta la salsa sensual, no tanto como la dura por supuesto V/F
Bailo en el baño mientras me observo V/F
Detesto que me digan Sra. Canales V/F
Me da gracia que a mi marido le digan Sr. Arce V/F
El Sr. Arce era un desgraciado pero igual lo amé V/F
La Sra. Málaga debió tomar decisiones a tiempo V/F
No me arrepiento de mis decisiones, ni de mis muertos y heridos V/F
Me aterra hacerme una mamografía V/F
Mi mama me salvó la vida y recató mi niñez V/F
Estoy perdiendo el miedo a la muerte pero me está asustando la proximidad de la vejez V/F

jueves, 1 de octubre de 2009

Mal de amores


Nadie muere de amor, me dijo mi madre y me recomendó borrón y cuenta nueva, que un clavo saca otro clavo. Bastante moderna, teniendo en cuenta que siempre la ví como una madre-abuela. Yo que soy más una madre-hermana, no sé que decir. Observo. Es difícil recuperarse del mal de amores. A riesgo de ser infidente tengo que escribir este post porque muero de pena y no sé cómo desahogarme. Recuerdo que cuando visitaba a una ex – suegra, ésta le recriminaba a su hijo haberse encariñado conmigo. Tú me las impones desayuno, almuerzo y comida y luego desaparecen. Yo me reía y con el tiempo simplemente suspendí las visitas. Ahora estoy un poco como esa ex – suegra. Y ya van dos veces que me pasa lo mismo. Dos veces que veo a mi hijo morir de amor y yo sin poder hacer nada. Finalmente él se recupera, y yo termino viéndolas a escondidas, o casi.
Yo morí de amor. Y pasó. Sana sana colita de rana, si no sanas hoy sanarás mañana. Sopita caliente, gelatina fría, cosquillas en la pancita y a la camita. No tengo la receta, lo siento mi amor.

viernes, 21 de agosto de 2009

Happy Hour


No dejo de sorprenderme frente a la contundencia de la lengua para transmitir cultura. Nunca en mi niñez llegaron horas etiquetadas. Las horas eran neutras, transparentes, insípidas e incoloras. Si llegaban al mediodía salían perfumadas de aderezo. Si llegaban una tarde feliz, era porque habían visitado a mi madre en la peluquería y se habían impregnado de olor a laca y tabaco. Si aparecían en domingo se cargaban de aburrimiento y se iban pesadas y lentas como la letanía del rosario. Si se asomaban un viernes por la tarde, discurrían ágiles como el agua que me enjuagaba el limón del pelo, helada para que brillara más. Después, cuando mi madre decidió que mi futuro se fundaría sobre las bases del idioma inglés, las cosas fueron cambiando. Llegaron horas distintas a tocarme la puerta, “someone is knocking at the door, someone is ringing the bell”. Adquirir la conciencia de otro idioma trastoca la percepción del tiempo. “Hickory dickory dock, the mouse run up the clock”. Había una hora para cantar y esa hora ya estaba pre-determinada. Cuando empecé a cambiar mis horas neutras por horas en inglés, se fue perdiendo la espontaneidad. Las horas llegaban empaquetadas, con sabor y olor pre-establecidos. Algunas olían a papel, otras a arena mojada y la mayoría a monóxido de carbono. Pasaba muchas horas en el ómnibus en el trayecto de mi casa al colegio y de regreso y así las horas me asfixiaban y me dolía la cabeza y el estómago. Ya no era divertido esperarlas, yo llegaba a ellas con mi mochila a rastras sin el menor atisbo de sorpresa. Las que olían a papel no eran agradables tampoco, yo no sabía qué hacer con ellas, no entendía que “Jack and Jill went up the hill to fill a pail of water”, y me quedaba mirando los dibujitos a ver si descifraba algo. Las horas de arena mojada me daban frío y me dejaban las manos ásperas. Vivir horas en otro idioma a una edad tan temprana es como una invitación disimulada a la esquizofrenia. “Repeat after me”. Yo me aferraba a mi comodidad de un tiempo indefinido mientras me precipitaban por una pendiente llena de hitos, marcas, carteles y señales de signos incomprensibles impregnados de sensaciones y sonidos aterradores.

Poco a poco como quien acostumbra el oído, acostumbra también el corazón. “Good morning miss Erika” ya no era una frase impostada. Las horas con ella eran suaves, eran las horas de Bambi. Siempre hay seres que la vienen a rescatar a una de la penumbra. En algún momento, hubo horas muy tibias, en la laguna, en las dunas, en los cerros y en los parques de La Molina. Una noche, alguien me invitó una pizza, yo tenía 14 y las horas me supieron a aceituna, lo mismo que los besos. Esas horas fueron las de Rod Steward y “do you think I´m sexy” fue una pregunta que no me tuvieron que traducir. Las horas llegaban nuevamente de sorpresa y yo me dejaba sorprender en todos los idiomas.

Me reía mucho en esa época, porque el tiempo era laxo y casi tenía el don de lenguas. Mi enamorado hablaba alemán y yo descifraba sus palabras por lo obvio de sus gestos. El se sorprendía mucho. También fue la época en que me metí a la Alianza Francesa. La profesora me decía “ma petite ordinateur”. A diferencia de mi dolorosa incursión con el inglés, el francés tiñó mis horas de “bonheur”. Debo reconocer sin embargo, que la temprana exposición a una lengua tan extraña, -nótese que en esa época no había cable ni Internet ni juegos de video que volviesen el aprendizaje del inglés un “must”- me abrió los oídos y el entendimiento a casi cualquier idioma si le pongo empeño. Si no aprovecho esta facilidad es por floja.

Estando en Ayacucho hace una semana, chapé una frase al vuelo “ñawi ruruymi jamkanki”, un huamanguino me la tradujo, así como alguna vez otro me dijo “warmi yana ñawi sonqo sua”. Las horas en quechua son de otro mundo.

Regresando a la realidad, hoy a las 3 de la tarde llegó la “hora alegre”. Me demoré unos minutos antes de bajar al “salón multipropósitos” de mi oficina. Como era la “hora alegre” se suponía que todos debíamos estar felices. Me fui al baño y me miré en el espejo. Ensayé varias sonrisas. No me gustó ninguna así que las tiré al tacho. Regresé a mi cubículo y una voz casi me gritó “happy hour in the multi-purpose room now!” Respiré profundo y bajé como quien transita por horas que no quiere volver a vivir.

Me fui maldiciendo en inglés, es bien rico. "Fucking" gringo /&%$$#%$#. Por supuesto, luego me arrepentí porque me dieron un “award”.

Ahora que escribo estas incoherencias, me pregunto, de qué color serán las horas que me quedan por vivir? Sólo espero que nadie pretenda etiquetarlas como “happy hours” porque me da un infarto.

viernes, 10 de julio de 2009

de boleto...


Iban de boleto. Directo a la estación del bus luego de una noche de juerga y de una semana de chamba ininterrumpida. El con su cámara y ella con su grabadora. Se sentían un poco raros. De colegas habían pasado a ser amigos y de eso a amantes circunstanciales. Se acomodaron en los asientos de adelante para monitorear al chofer, pero el sueño los venció en la primera curva. Se chorrearon en los asientos. Habían levantado estratégicamente el respaldo del brazo para poder estar más cerca.
No iban de regreso a ninguna parte. El viaje continuaba un poco a la aventura, tal y como había empezado. No llevaban credenciales ni libreta electoral. Iban a la de dios. Si los paraba el ejército, o si los terrucos les pedían cupo, igual llevaban todas las de perder. Demasiado hippies para los primeros, y demasiado aburguesados para los segundos. Eran los típicos estudiantes de pelo largo y revuelto, tanto ella como el. El calor del mediodía los llevó a despegarse, el sudor había adherido sus cuerpos. Ya estaban bajando a la selva, la entrada a Tingo María les llenó los ojos de verde pero les puso el alma en un hilo. La llegada a ese lugar de nombre sonoro iba ser el corolario inesperado de una bitácora que otros reconstruirían por ellos muchos años después.

La parada en Tingo sólo era para buscar a un datero. Allí tendrían que decidir, como los 13 del gallo, si cruzaban la frontera de lo incierto para meterse a la selva del horror. Cualquiera que fuera la decisión que tomaran la iban a asumir de a dos, como lo habían hecho desde que salieron de Lima, cargando sus mochilas y sus expectativas de fama. Encontraron al tuerto en una chingana de mala muerte. Tuvieron que sentarse a chupar con él y ya habían consumido cuatro botellas de cerveza antes de que éste se animara a soltar prenda. El tipo los había estado tasando. Pretendía sacar el máximo provecho de la información que manejaba, pero rápidamente concluyó en que ese par de aprendices no le iban a redituar muchas ganancias. La chica estaba buena pero era muy escuálida, sólo un buen par de tetas, que la hacían verse como una pita con dos nudos. El otro tenía pinta de idiota con los parpados adormilados, cuando bajaba la vista para servir la chela daba la impresión de tener los ojos cerrados. Par de moscas muertas, pensó el tuerto, cuando el chico encendió la cámara que llevaba en la mochila respondiendo a un gesto de la chica que empezaba a disparar preguntas de la forma mas obvia.

Mamacita linda, soltó a boca de jarro el datero, yo te paso el yara pero este cacharro no sale en ninguna parte, así que compadrito, apagas la huevada o te reviento por debajo de la mesa y te quedas sin la herramienta para hacer feliz a tu hembrita. Los chicos se miraron y cada uno vio el espanto en la cara del otro. Como si se hubieran puesto de acuerdo inhalaron profundamente al mismo tiempo y soltaron el aire al unísono. El tuerto estalló en carcajadas. Par de mocosos cabrones, no se vayan a poner a llorar que no voy a ser tan estúpido de gastar pólvora en gallinazos, además, el arte de mi oficio consiste en pasar piola nomás, así que si me vieron hoy, saliendo por esa puerta ya no se acuerdan, “capiche”, dijo en un intento vano por emular a Cappone.

Acto seguido, el tuerto vació el contenido de lo que quedaba de la quinta botella en su vaso, se lo bebió de un trago haciendo un ruido gutural que provocó una arcada incontenible en la chica. Mientras ella vomitaba sobre el piso de tierra, el chico recogía un papelito que el tuerto dejó caer disimuladamente en el vómito. Continuará…

miércoles, 24 de junio de 2009

Beatriz


Beatriz cumple 12 años. De los tres, es la más mezclada. Mientras Renatito es Canales y Salvador es Arce, ella es Canales – Arce o Arce – Canales que no es lo mismo pero es igual. 50 – 50, michi – michi, half and a half. Hasta en eso nos dio gusto, como para no pelearnos el orgullo de vernos reflejados en ella. Niña juiciosa, niña preciosa, sacada de contexto hubiera podido calificar de “tomboy” porque por nada usa falda ni vestido, nunca le gustó el rosado y jamás jugó con Barbies, (ojo, debo confesar que las que tuvo fueron regaladas y oportunamente desaparecidas).

Beatriz escribe poesía, ya ganó un premio en el ADCA literario, un concurso inter-escolar donde, como siempre, fue la más pequeña. Es la menor de su promoción porque tuve la irresponsabilidad de mandarla a la maternelle antes de que cumpliera los 3 años. Como no lloró, se quedó. Como le fue bien, nunca la retrasaron. Y así pasó a secundaria con sólo 10 años. Pero Beatriz no sólo es poeta, es atleta, es bloggera, es payasa, Beatriz es chef-actriz.

Beatriz cumple 12 años y quiere ser mamá a los 20. Yo lo fui a los 24 y ahora las chicas apuntan a los 30. Ella va en contra de las tendencias y esgrime sus razones, razones de peso. “Es que quiero que mis hijos tengan abuelos jóvenes”. Vale. La apoyo. Quiero ser abuela joven. Sólo le recuerdo que los hijos se hacen de a dos, que “it takes two to tango” y que esa parte de la ecuación la tendrá que evaluar en su momento.

Beatriz es un suspirito, es la página que se pasa con cariño de un libro que se lee con fruición, Beatriz es el lacito del zapato bien amarrado, con ambos extremos exactamente proporcionales, es un trébol de cuatro hojas y la escalera que no temo pasar por debajo. Es el pito de la tetera que me alerta del agua hirviendo y la arena que se me pega con la brisa que llega del mar. Beatriz es breve pero intensa. Beatriz es la resistencia y la insistencia, es la última pieza del rompecabezas que termina por definir una imagen en construcción. Beatriz es el fundamento, la síntesis y la expansión de mi universo.

Beatriz cumple 12 años y es menuda. Menuda Beatriz que llena mi vida al 100%, aunque sólo sea Arce en un 50%.