viernes, 21 de agosto de 2009

Happy Hour


No dejo de sorprenderme frente a la contundencia de la lengua para transmitir cultura. Nunca en mi niñez llegaron horas etiquetadas. Las horas eran neutras, transparentes, insípidas e incoloras. Si llegaban al mediodía salían perfumadas de aderezo. Si llegaban una tarde feliz, era porque habían visitado a mi madre en la peluquería y se habían impregnado de olor a laca y tabaco. Si aparecían en domingo se cargaban de aburrimiento y se iban pesadas y lentas como la letanía del rosario. Si se asomaban un viernes por la tarde, discurrían ágiles como el agua que me enjuagaba el limón del pelo, helada para que brillara más. Después, cuando mi madre decidió que mi futuro se fundaría sobre las bases del idioma inglés, las cosas fueron cambiando. Llegaron horas distintas a tocarme la puerta, “someone is knocking at the door, someone is ringing the bell”. Adquirir la conciencia de otro idioma trastoca la percepción del tiempo. “Hickory dickory dock, the mouse run up the clock”. Había una hora para cantar y esa hora ya estaba pre-determinada. Cuando empecé a cambiar mis horas neutras por horas en inglés, se fue perdiendo la espontaneidad. Las horas llegaban empaquetadas, con sabor y olor pre-establecidos. Algunas olían a papel, otras a arena mojada y la mayoría a monóxido de carbono. Pasaba muchas horas en el ómnibus en el trayecto de mi casa al colegio y de regreso y así las horas me asfixiaban y me dolía la cabeza y el estómago. Ya no era divertido esperarlas, yo llegaba a ellas con mi mochila a rastras sin el menor atisbo de sorpresa. Las que olían a papel no eran agradables tampoco, yo no sabía qué hacer con ellas, no entendía que “Jack and Jill went up the hill to fill a pail of water”, y me quedaba mirando los dibujitos a ver si descifraba algo. Las horas de arena mojada me daban frío y me dejaban las manos ásperas. Vivir horas en otro idioma a una edad tan temprana es como una invitación disimulada a la esquizofrenia. “Repeat after me”. Yo me aferraba a mi comodidad de un tiempo indefinido mientras me precipitaban por una pendiente llena de hitos, marcas, carteles y señales de signos incomprensibles impregnados de sensaciones y sonidos aterradores.

Poco a poco como quien acostumbra el oído, acostumbra también el corazón. “Good morning miss Erika” ya no era una frase impostada. Las horas con ella eran suaves, eran las horas de Bambi. Siempre hay seres que la vienen a rescatar a una de la penumbra. En algún momento, hubo horas muy tibias, en la laguna, en las dunas, en los cerros y en los parques de La Molina. Una noche, alguien me invitó una pizza, yo tenía 14 y las horas me supieron a aceituna, lo mismo que los besos. Esas horas fueron las de Rod Steward y “do you think I´m sexy” fue una pregunta que no me tuvieron que traducir. Las horas llegaban nuevamente de sorpresa y yo me dejaba sorprender en todos los idiomas.

Me reía mucho en esa época, porque el tiempo era laxo y casi tenía el don de lenguas. Mi enamorado hablaba alemán y yo descifraba sus palabras por lo obvio de sus gestos. El se sorprendía mucho. También fue la época en que me metí a la Alianza Francesa. La profesora me decía “ma petite ordinateur”. A diferencia de mi dolorosa incursión con el inglés, el francés tiñó mis horas de “bonheur”. Debo reconocer sin embargo, que la temprana exposición a una lengua tan extraña, -nótese que en esa época no había cable ni Internet ni juegos de video que volviesen el aprendizaje del inglés un “must”- me abrió los oídos y el entendimiento a casi cualquier idioma si le pongo empeño. Si no aprovecho esta facilidad es por floja.

Estando en Ayacucho hace una semana, chapé una frase al vuelo “ñawi ruruymi jamkanki”, un huamanguino me la tradujo, así como alguna vez otro me dijo “warmi yana ñawi sonqo sua”. Las horas en quechua son de otro mundo.

Regresando a la realidad, hoy a las 3 de la tarde llegó la “hora alegre”. Me demoré unos minutos antes de bajar al “salón multipropósitos” de mi oficina. Como era la “hora alegre” se suponía que todos debíamos estar felices. Me fui al baño y me miré en el espejo. Ensayé varias sonrisas. No me gustó ninguna así que las tiré al tacho. Regresé a mi cubículo y una voz casi me gritó “happy hour in the multi-purpose room now!” Respiré profundo y bajé como quien transita por horas que no quiere volver a vivir.

Me fui maldiciendo en inglés, es bien rico. "Fucking" gringo /&%$$#%$#. Por supuesto, luego me arrepentí porque me dieron un “award”.

Ahora que escribo estas incoherencias, me pregunto, de qué color serán las horas que me quedan por vivir? Sólo espero que nadie pretenda etiquetarlas como “happy hours” porque me da un infarto.