martes, 30 de diciembre de 2008

Baby boomer


Tengo conciencia y memoria de la llegada del hombre a la luna. La vi en la tele blanco y negro de mi nido Los Angeles. También recuerdo la huelga de la policía y los saqueos en 1973. Antes que eso, recuerdo la clasificación de Perú al mundial México 70 y la caravana de carros por la avenida Arequipa y yo observándola con mi ponchito. Recuerdo la música de la nueva ola y el Festival de Ancón donde el papá de Gianmarco ganó con guarda esta rosa mi amor, llévala siempre contigo… y recuerdo San Remo 75, al maestro de violín y a la sinorina enamorata di lei.
Recuerdo que no habían micros y sí colectivos negros que transitaban por la avenida Arequipa como lanchones en faena de pesca, despacio, sin atropellos. Recuerdo la avenida Arequipa porque era linda y quedaba a media cuadra de mi casa. Recuerdo las matinales de las 11 de la mañana en el cine El Pacífico o en el Alcázar. El bar BQ con sus caballos de a sol el paseo y los conos con helado de vainilla. Me acuerdo que preguntaba quién es Kennedy, por qué lo mataron, quién es Martin Luther King, por qué lo mataron, quién es Ghandi, por qué lo mataron, quién es Pinochet, por qué no lo matan, y por qué tanta gente se rasga las vestiduras por la tan mentada (y mentada de madre) reforma agraria, y por qué lo odian tanto a Velasco y por qué hay tanta gente que de pronto se quedó sin las haciendas de sus abuelos donde nunca pusieron un pie y menos una mano, bueno, ni un dedo se ensuciaron pero resulta que en mi cole todas son hijas o nietas de hacendados y yo recién me enteraba de lo qué era una hacienda y todo el sistema gamonal y los abusos que me empezaron a hacer hervir la sangre desde tan pequeña.

Entonces, a qué viene este recuento, si no estoy resolviendo el tiómetro que alguna vez me llegó por Internet. Es porque constato con estupefacción que yo, una late baby boomer, nacida en el último año de esa generación, me encuentro ahora rodeada por representantes de otras generaciones abrumadoramente menores. Y me refiero a la generación “X” y a la generación “Y”. Estos últimos también llamados Millenials, con quienes trabajo y estudio, son dignos representantes de la era digital, descritos como confidentes, impacientes y favorables a aprender. Precisamente uno de ellos es mi partner en la tesis de maestría. Y muy probablemente, en los trabajos que encontraré de aquí en adelante, tenga algún o alguna jefe de esa generación a la que siempre veré con cierta sana (¿?) envidia por tener como prolongación de una de sus extremidades al mouse al que yo le corrí, tontamente, por tanto tiempo.

Frente a este laundry list debo reconocer que lo que me marcó a mi, de hecho no tiene nada que ver con lo que motivó o desmotivó a otros y a otras de mi generación. Ni que lo que vivimos baby boomers tercermundistas tenga remotamente que ver con lo que se vivió en los países donde se acuño el término, Estados Unidos, Europa, Australia, Canadá etc. Ni siquiera la descripción nos calza a todos por igual: idealistas, contrautoritarios, competitivos. Bueno fuera. Muchos baby boomers – los que nos quedamos a fajarnos en el Perú – hemos padecido dictaduras, militares y civiles, 70s y 90s respectivamente. Pocos escogimos alguna trinchera para enfrentarlas. Hemos sido adolescentes entre toque y toque y de toque a toque. Sólo competíamos por quién aguantaba mejor llegar de boleto a clase. Idealistas, claro, conseguir chamba en aquella época era un ideal! Y hacerte carrera casi una utopía. Más que eso, más que nada, baby boomers del Perú y balnearios, somos sobrevivientes!

Me pregunto, ¿y de aquí para adelante qué? Dicen que somos la generación sándwich. Con padres ancianos que mantener e hijos jóvenes que mantener. Se nos sigue presentando dura la cosa, y ahora con crisis internacional ad portas. Somos la generación jodida, qué joda! Los cuarentones a los que nos siguen bacilando los tonos, las tías que vamos al gym, las que fuimos a la universidad pero nos quedamos sin post-grado porque, somos sí, de las que aun consideraban importante encontrar el balance, es decir, casa y trabajo, cómo chu hicimos para trabajar y criar hijos con pan popular, leche enci y sin pañales descartables!!! Heroínas es lo que somos las baby boomers. Y que no nos vengan las gringas a hablar de liberación femenina, tratando de mantener la balanza en 60, sacando la Maestría a los 40, educando hijos de 20, 15 y 10 y conviviendo con maridos de casi 50!!.

Tengo conciencia y memoria. Memoria y conciencia de sobra, para seguir pa’lante, sin importarme mi generación y menos la tuya!

lunes, 22 de diciembre de 2008

disquisiciones de pseudo ama de casa


Objetos inanimados pueblan las casas, las llenan, las atiborran, se apoderan de ellas sin que obre voluntad de por medio, más que la de ellos mismos, omnipresentes, expansivos, como una plaga para la que sólo hay remedios radicales, la poda, la baja policía, la limpieza general implacable de cambio de estación.

A ellos les conferimos valores que no ostentan por sí mismos, y adquieren de esa manera su derecho a existir, su cupo en el espacio, su derecho de piso. De tanto verlos ya no los vemos, pero si alguien osa moverlos de su pequeño nicho, echamos de menos su presencia inmediatamente, como un acto reflejo, lo mismo cuando se trastocan las posiciones del acomodo hogareño y la retina nos presenta alarmada el desfase de su ubicación.

Así de maniática soy con los objetos de mi casa. Cada cual en su lugar y un lugar para cada cual. Hasta que yo decida reasignar posiciones o dar de baja. Pero deben ser mi mano y mi criterio, sólo los míos, los que guíen su destino, soy dictadora en eso. Donde había 11 cuadros ahora sólo hay 3. Para mi esposo el 11 es un número completo, será por su afición al fútbol. Yo mandé 8 jugadores a la banca indefinidamente, no porque estén lesionados, sino porque me cansé de verlos simplemente. No hay lugar a reclamos, en los ambientes de mi casa soy dueña y señora y la decoración más que mi sello lleva mi alma misma, mi casa soy yo y yo soy mi casa.

Lo mismo pasa con los muebles. Los ubico coreográficamente. Que dancen en la sala, de a dos, de a tres, con cojines, sin cojines, mesa al medio, mesa al costado, en semicírculo o en esquina, simétricos o asimétricos en su posición respecto de la chimenea. Y así, los habitantes de mi casa simplemente acomodan sus traseros resignados a la vista que dispuse para ellos, hacia el jardín, hacia la calle, hacia la escalera, como mansos pasajeros de la nave que yo comando.

Pero soy una comandante totalmente comodona, comandante comodona, hasta las palabras se acomodan cacofónicamente ante mi antojadizo temperamento. Sólo decoro, rara vez ordeno y poquísimas veces limpio, para eso tengo a mis brazos derecho e izquierdo. Nana en la planta baja y tata en las alturas. En ellas he delegado la autoridad necesaria para mantener mi barco pulcro y ordenado, y ellas, con denostado esfuerzo tratan de que sea así, enfrentando con mil artimañas a los piratas de mis hijos, saboteadores del orden y la armonía.

De los objetos que llegaron hace 20 años quedan pocos. Hay 3 banquitos, fieles. Ostentan inscripciones cual vestigios de épocas pasadas. Los hemos pulido y laqueado varias veces, pero vuelven a aparecer como los signos de los tiempos. Son multi-usos cualesquiera que haya sido el espacio al que nos acompañaron, siempre versátiles y comedidos, como asiento, como escalera, hasta como mesita o porta maceta, siempre estuvieron allí. Quizá por eso los conservamos, su amor es incondicional.

También hay una quesera, de la época que como regalos de matrimonio sólo se recibía plástico, madera y en le mejor de los casos cerámica. Esta quesera es de cerámica blanca con flores de colores. Nada del otro mundo, pero también ha ganado su lugar preferencial en la refri y en la mesa. La verdad es que no entiendo cómo es que ha logrado mantenerse intacta durante dos décadas de implacable destrucción de vajillas. Es una sobreviviente, por eso es la portadora oficial del queso fresco.

No hay mucho más en realidad. De herencia de la casa materna, sólo un juego de cubiertos que atesoro. Sólo hacen su aparición estelar en días de fiesta o cuando pretendo impartir a mis hijos algo de modales en la mesa dominguera. Ah, y tres grabados de Camino Sánchez, desdeñados por mis hermanos porque retratan rostros de indios e indias en labores doméstico - rurales, la lechera moche, el paisano con sombrero, etc. nada que otrora, -cuando el Perú no estaba de moda- hubiera sido digno de admirar. Siempre engalanaron alguna pared, algunas veces la única pared engalanable de no pocos mini-departamentos por donde recalamos en las épocas del plástico, la madera y la cerámica.

Hoy que nuestra casa luce remodelada, amplia y cómoda, donde nos hemos dado el lujo de poner a cada niño y niña en su propia habitación y donde hasta hay espacio para la creación, el arte y por supuesto el desorden que ambos implican, sigo recordando con nostalgia los huequitos donde los banquitos y algunos cojines eran suficientes para las ínfulas de esta nunca declarada ama de casa.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Ser o estar


No es el dilema de Hamlet, ser o no ser. Resulta que la dificultad de los gringos para discriminar el uso entre ser o estar es un dilema anterior. Ser, la permanencia, estar la presencia. En inglés, to be es ser y to be es estar. Un solo verbo para dos concepciones diferentes. Una, la permanencia, otra, la presencia. Rara vez ambas se juntan y hacen del verbo una noción unívoca, consistente y compacta. Pero verbo es verbo, y por definición no deja espacio para la permanencia. El verbo es presencia, aunque la ilusión nos lleve a pensar que es una presencia continua.

Llegó a mis oídos una canción de Vinicius de Moraes, sabia como toda la música brasilera, que resume en música y letra la experiencia de una vida, de muchas vidas, de la vida misma: E a coisa mais divina que ha mundo é vivir cada segundo como nunca mais. Es la cosa más divina de este mundo, el vivir cada segundo como nunca más. O sea, estar, estar, estar, estar…. Una línea de estares, aquí y ahora, aquí y ahora, aquí y ahora….qué delicia, no preocuparse por el ser, no aburrirse con el mismo y permanente ser inmutable, trascendente, perene, ser, ser, ser… Y así poder decir sin empacho, I am happy, I am happy, I am happy, y ser feliz, o estar feliz, whatever, sin los rigores del idioma ni exigencias ni expectativas, de ningún tipo y de nadie…


Ya lo decía el mago de Benedetti, antes de que se me ocurriera siquiera pitufar sobre este dilema:


Ser y Estar


Oh marine

oh boy

una de tus dificultades consiste en que no sabes

distinguir el ser del estar

para tí todo es to be

así que probemos aclarar las cosas


por ejemplo

una mujer es buena

cuando entona desafinadamente los salmos

y cada dos años cambia de refrigerador

y envía mensualmente su perro al analista

y sólo enfrenta el sexo los sábados de noche


en cambio una mujer está buena

cuando la miras y pones los perplejos ojos en blanco

y la imaginas y la imaginas y la imaginas

y hasta crees que tomando un martini te vendrá el coraje

pero ni así


por ejemplo

un hombre es listo

cuando obtiene millones por teléfono

y evade la conciencia y los impuestos

y abre una buena póliza de seguros

y cobra cuando llega a sus setentas

y sea el momento de viajar en excursión a capri y a paris

y consiga violar a la gioconda en pleno louvre

con la vertiginosa polaroid


en cambio

un hombre está listo

cuando ustedes

oh marine

oh boy

aparecen en el horizonte

para inyectarle democracia


Versos para rumiar

Letras de emergencia (1969 - 1973)

sábado, 6 de diciembre de 2008

¿cómo influye la cultura en el desarrollo del Perú?


La cultura construye identidad. La cultura propicia cambios. La cultura rescata memoria. La cultura insinúa tolerancia. La cultura nos cuenta historias al oído, nos trae los chismes del pasado, y esparce rumores hacia el futuro. Los peruanos, escuchamos, a veces prestamos atención, cuando queremos y a lo que queremos. Somos sibaritas, religiosos, orales, gestuales, copiones y mirones. Hemos transcurrido por la historia cargando vergüenzas ajenas y ocultando orgullos propios. Tenemos herencias pero también esencia. Pero ¿de qué nos sirve todo este bagaje ahora que es necesario distribuir equitativamente y jalar al de abajo e integrar al de afuera? Nos sirve como hilo conductor, para reconocer en el otro a uno mismo. Nos sirve para tomar conciencia de que en una nación todos merecemos el mismo trato y nos debemos el mismo respetuoso y considerado trato que esperamos hacia nosotros. Podemos desarrollar a partir de nuestra cultura y a pesar de ella. La educación es lo fundamental. Fundamental es también la comunicación. Impostergable la memoria e imprescindible la tolerancia. Pero la construcción del desarrollo a partir del reconocimiento de la cultura va más allá. Implica un diálogo intercultural y no simplemente una coexistencia más o menos armónica. Implica crear espacios abiertos en las escuelas, en los hogares, en las iglesias, en los parques, en los medios de comunicación, en las galerías de arte, en las plazas, en las calles, en los bares y tabernas, en los cines y discotecas, en las universidades y el Congreso pero también en las cárceles y en los mercados. Espacios abiertos a las ideas del otro, donde exista la garantía de poder ser escuchado y la disposición a escuchar. Donde la quena y la flauta traversa no compitan sino que armonicen. Donde no importe si vas vestido de poncho o de terno. Donde el quechua y el aymara resuenen al lado del castellano y del aguajún. Donde el pañuelo de la marinera vuele junto a la bandera y ambos no sean sólo símbolos vacíos de contenido. Donde el contenido de los símbolos sea una creación colectiva en que cada peruano y peruana imprima su huella, y sople su aliento, su samay.
¿Cómo no sonar utópica hablando de cultura y desarrollo? Es aprendiendo a vivir cada día en un Perú que nos duele y que nos gratifica. Aceptando el reto cada día de criticar menos y amar más, lo que anhelamos ser pero sobretodo lo que somos.