viernes, 27 de junio de 2008

había una silla vacía


Había una silla vacía, como siempre. Pero ésta no era para ser ocupada por cualquiera. Después de todo, no es cualquiera el que deja una silla vacía. Una silla queda vacía cuando alguien se va, se nos va. Una silla vacía no es una silla sin nadie. Una silla vacía es una silla sin alguien. Aunque sea ocupada temporalmente por cualquiera, sigue siendo una silla vacía, porque cualquiera no es alguien. Cuando era pequeña y salía con mi padre, siempre había no una, sino muchas sillas vacías. Yo creía que él estaba un poco loco, medio zafado, porque insistía a los mozos que dejaran los cubiertos en esas sillas vacías. Hasta les hacía servir comida, a veces. Hasta les ponía copas y brindada con cada una, con cada silla vacía. Y así crecí. Con muchas sillas vacías crecí. No recuerdo en qué momento se borraron de mi vista, desaparecieron. Será cuando tuve mis propias sillas bien ocupadas por alguien, más alguien, más alguien, más alguien, más alguien y yo. Ahora, no quiero y no voy a ver más sillas vacías. Que no me las pongan en frente porque el que se fue a barranco perdió su banco. Mis sillas no admiten más comensales ausentes, nunca más.

jueves, 19 de junio de 2008

Te regalo una idea


Me gusta regalar ideas. Me vienen y me van, son volátiles, pero cuando logro agarrar una al vuelo, no la retengo mucho, la ofrezco. Las voy entregando por allí a quien las necesite. Creo que es lo que mejor sé hacer, tener ideas. No las maduro mucho, no las incubo ni las macero, sólo las suelto, fresquitas, tiernas, ligeras, fáciles. Quienquiera las puede aprehender, pueden apropiárselas, no cobro, ni intereses ni regalías ni reclamo derecho de autor ni maternidad alguna. No podría hacerlo, no me consta que sean originales, son probablemente el fruto de mi promiscuidad intelectual, de andar picando de todo lado, entusiasmándome con corrientes de pensamiento, enamorándome de autores y flirteando con teorías. No sé cuándo las engendré ni reconozco padre alguno, pero me alegra cuando son adoptadas y las veo florecer en otras mentes y plasmarse en la realidad gracias a otras manos.
Por eso me gusta regalar ideas, porque es lo que sé hacer y no me cuesta. Además hay algo de malicia debo confesar, no soy tan desprendida. Y es que cuando alguien las toma, vienen muchas más, por montones, y así no me quedo seca.

martes, 17 de junio de 2008

Qué redículo (sic) mami…


Bienaventurados los niños que no temen al redículo, se ríen de sí mismos y de los demás y van con sus deditos apuntando verrugas, cicatrices, calvicies, taras de toda índole sin clemencia y sin piedad. Qué desnudos nos presentamos ante sus ojos, que ven más allá de lo evidente. Qué vulnerables a su inocencia que nada se calla. A su naturalidad para preguntar acerca de cualquier cosa que les llame la atención con espontánea curiosidad y sin aparentar sabiduría.



Por andar de preguntona me he expuesto al redículo varias veces. Por hacerme la sabionda también. Como a los adultos sólo se nos permite comentarios inteligentes, debemos ponderar con sumo cuidado las oportunidades que tenemos de callar. No vaya a ser que les pase lo que a mí:


Les cuento, lo que me sucedió cuando entré a trabajar en la Embajada Británica. Resulta que un arquitecto super reconocido y de apellido rimbombante que por supuesto no puedo recordar, el que diseñó el Hotel Sheraton nada menos, llegó de invitado a una recepción en la residencia del Embajador. Como funcionaria de prensa y RRPP mi obligación era “mingle” o sea, mezclarme entre los invitados y fungir de anfitriona. No se pueden imaginar el stress que me causaba tener que “mingle” sin conocer a nadie a los 27 añitos. Bueno, igual, me lanzaba a la piscina de las conversaciones impostadas y forzadas en busca de algún incauto que se dignara seguirme la cuerda. Y así, me presenté con el distinguido arquitecto de apellido rimbombante cuyo nombre no puedo (ni quiero) recordar. Yo había leído en alguna parte que el Sheraton había sido levantado en el lugar donde alguna vez quedó la penitenciería de Lima. Inspirada por mis conocimientos generales, lancé el comentario más desatinado de mi vida. Así que usted remodeló la penitenciería para convertirla en es hermoso hotel, cómo hizo? El tipo, con justo enfado, me espetó que cómo me atrevía a insinuar que su hotel era una cárcel, y si no me dijo ignorante creo que fue más por apego a sus modales aristocráticos que por compasión a mi estupidez. Qué redícula, pero que cague de risa de mi misma, me libera reconstruir la escena y poder señalarme con mi dedito de niña traviesa. Así se aprende pues, a cocachos.

Pero con esa no me quedé curada. Ya trabajando en USAID tuve que visitar el Palacio de Torre Tagle para preparar una ceremonia de firma de un convenio. Toda una experta según yo en el trato con diplomáticos luego de más de 15 años en estos avatares, llego canchera y pregunto por mi contraparte. Un señor muy amable, qué casualidad, de apellido rimbombante que no recuerdo ni quiero recordar, me recibe con suma cordialidad y me hace pasar al Salón de Tratados. Se excusa porque la Marquesa de Torre Tagle no podrá estar presente, porque debió viajar para unas restauraciones. Yo le pregunto, y qué obras va a restaurar la Marquesa de Torre Tagle y el noble caballero me responde con una mueca que no quiero interpretar, “no, no va a restaurar, va a ser restaurada, la Marquesa de Torre Tagle es una pintura”, requeteplop!!!! Y allí me quedo yo toda expuesta con mi ignorancia sin saber qué decir. Y recurro ahora a mi dedito infantil a señalarme a mi misma como terapia lúdica para reconocerme en toda mi candidez y volver a reírme de mi misma, con perdón de la Marquesa.

Últimamente, más suelta de huesos, cuando no sé algo me callo, cuando lo sé a veces también, y espero la intervención del otro. Me permito ser visible cuando puedo aportar algo constructivo y no por simple afán de figuretismo, es que la vida enseña pues. Pero hay circunstancias, bueno hay circunstancias que te hacen pisar el palito…

En una playa del kilómetro cientoveintitantos de la Panamericana Sur, cuyas coordenadas me acuerdo perfectamente pero no voy a revelar, vive una pareja de amigos encantadores. Estos amigos encantadores nos invitaron a mi familia y a mí a pasar Año Nuevo a su encantadora playa donde se organizaba una encantadora fiesta. Llegamos temprano el 31 de diciembre y como corresponde a una señora que se respete (esa ni yo me la creo, jajaja) ofrecí ayuda a la anfitriona. Ella me dijo encantadoramente que ya todo estaba listo pero que en un ratito me llevaba al “club Jauja” para enseñarme la disposición de las mesas. ¿Club Jauja?!! Yo me emocioné por la inesperada diversidad y tolerancia cultural de aquella encantadora playa, realmente rompía todos mis esquemas pensar en la posibilidad de encontrar un club de provincianos en un lugar tan encantador como ese. Qué prejuiciosa Mabe, me dije a mi misma, debes otorgar siempre el beneficio de la duda. Y en esas disquisiciones estaba cuando la risa de unas encantadoras amigas de mi encantadora amiga me traen abruptamente de regreso a la realidad diciéndome, ajj Club Jauja, cómo se te ocurre, Club House, mamita, Club House, dónde crees que estás?!!! Redícula de toda rediculez, felizmente redícula, orgullosamente redícula, de ser tan desubicada y andar confundiendo lugares y personajes, me señalo a mi misma con mi dedito infantil, ay Mabe, qué redícula eres.

viernes, 13 de junio de 2008

Cosas que aprendí de mi padre:


A buscar en el diccionario
A hablar por teléfono
A saludar con amabilidad
A declamar (…érase una viejecita sin nadita que comer, sino panes, tortas dulces, leche, huevo, pan y pez…)
A bailar marinera limeña
A caminar con garbo
A amar la música criolla
A tomar el menestrón con aceite de oliva y queso parmesano
A picar, comer poquito muchas veces, nunca con las manos
A mezclar los sabores en el chifa
A p-r-o-n-u-n-c-i-a-r las palabras, saborearlas antes de decirlas y no simplemente dispararlas de mi boca como metralleta
Muchos sinónimos
Ninguna lisura (esas las aprendí después)
A no decir música negroide sino música negra
A conocer a Abraham Valdelomar a Sebastián Salazar Bondi a César Vallejo a Chabuca Granda y a Nicomedes Santa Cruz (entre otros)
A enamorarme de Lima (“La Horrible”)
La letra completa de José Antonio con todas sus estrofas (su himno)
A tener las manos pulcras
A dejar el baño desordenado (esto lo desaprendí ahora que soy madre)
A no soportar arrugas en los cuellos ni en los puños (esto es in-desaprendible)
A contar cuentos (… un cuento, intención muy sana me induce a contarte un cuento, si sale mal, pues lo siento, mas quien no arriesga no gana, a la luz de esta verdad iré al instante a la obra, bien sabe Dios que me sobra, innegable voluntad…)

Mi profesor de la clase de liderazgo dijo algo que me marcó: “todo lo que los padres nos enseñaron es correcto”. Haciendo este recuento, compruebo que es verdad. Todo correcto, todo con amor… todo correcto porque fue con amor…

jueves, 12 de junio de 2008

azarosa travesía por una maestría ...


Bitácora:
Llevar un cuaderno de bitácora es toda una experiencia. Nos convierte en marinos mercantes, en piratas, en corsarios, en hombres y mujeres de mar. Surcando océanos, remontando corrientes, desafiando tormentas, buscando aventuras, sobreviviendo naufragios. Metidos en un mismo barco, los que llevamos la Maestría en Gerencia Social tenemos expectativas diversas. Por supuesto, diversos niveles de exigencia. Para mí, -porque hablaré desde mis percepciones-, esta travesía ha sido extraña. Es muy extraña.

Primer tramo de la travesía:
Cielo despejado. Viento a favor. Grandes expectativas de la tripulación al momento de zarpar.

Esperamos llegar a buen puerto y con un bagage incrementado. Las bodegas están vacías, hemos hecho espacio para todo lo que iremos encontrando en el camino. Esperamos instrucciones del capitán. Este aparece muy esporádicamente. Qué raro. Las cuatro ciudades que visitamos en este tramo han estado llenas de sorpresas. Ha sido enriquecedor. Los tripulantes se empiezan a congregar en torno a intereses comunes, se complementan, se vislumbran los primeros grupos. Algunas deficiencias en la coordinación del viaje se empiezan a hacer evidentes, pero el capitán traslada responsabilidades, se pone a la defensiva.

Segundo tramo de la travesía:
Travesía accidentada. Grandes oleajes de frustración, desánimo a bordo, intento de motín, soplan vientos de esperanza pero no insuflan las velas suficientemente. Parte de la tripulación abandona el barco, otra cambia de ruta. Se busca arbitraje de la autoridad marítima, ésta se compromete a tomar cartas en el asunto pero no aborda el fondo del problema.

He sentido que este barco ha estado a punto de zozobrar, de encallar, de hundirse irremediablemente frente al estupor de algunos y la indiferencia de otros. Por eso, opté por el motín a bordo. No dio resultados. No tenemos capitán, ni siquiera timonel. ¿A quién puedo tomar de rehén, a quién llevar al palo o a quién aventar por la borda sin salvavidas? Esta travesía tampoco tiene ruta. Zarpamos de un puerto con rumbo fijo, pero las corrientes nos han llevado por aquí y por allá, nos desvían a su antojo. A falta de capitán, un grupo de sublevados hemos elevado las velas y estamos aprovechando los vientos favorables que se presentan para avanzar con mucho esfuerzo. Nos estamos curtiendo, con el sol, con la sal, con la decepción. Nos estamos desafiando. Tratamos de manejar la frustración, pero ésta se presenta a cada momento en oleadas enormes. Nos estamos cuestionando, pero no hay referentes. Queremos retomar el rumbo, pero en vez de brújulas, astrolabios, cartas de navegación o cualquier otro instrumento útil, sólo encontramos pinzas (para tomar las cosas por encima nomás), tijeras (“para cortar por lo sano”) y serruchos (para abrirle el piso a quien estorbe). Las ciudades visitadas hacen que las penurias tomen algún sentido. Nos adormecemos por un momento, encandilados por la maestría de los anfitriones. Pensamos que el albur ha jugado a nuestro favor y que aun sin capitán, podemos capitanearnos nosotros mismos. Pero, el capitán reaparece y reclama autoridad. Nos acusa de sublevación. Busca chivos expiatorios. Recurre a la autoridad marítima. La autoridad marítima nos manda llamar. Entramos a juicio. Salimos redimidos. El capitán hace mutis. Simplemente, desaparece de escena.


Tercer tramo de la travesía:
Hemos sobrevivido a un conato de naufragio. Las velas están hechas jirones. Las parchamos. Decidimos continuar y si es necesario, ponernos a remar para no quedarnos en medio del océano, en medio de la nada. Las bodegas están medio llenas para unos, medio vacías para otros. La tripulación está dividida.

Hubo demora en re-iniciar el viaje. Las fallas de la coordinación aparecen ahora con patética evidencia. Regresan las olas de frustración en metraje inconmensurable. Nos tenemos a nosotros, nos tenemos a nosotros, repetimos para no exasperar, algo bueno depararán los lugares que visitaremos en este tramo. Llegamos a una isla. Parece inexplorada… para algunos es como un deja –vu, otros simplemente caminan como en terreno minado. Los anfitriones no dan respuestas, sólo exacerban las preguntas. A pesar de ello, la estadía en la isla nos permite un respiro, tomar distancia de lo recorrido hasta este punto, poner las cosas en perspectiva y en introspectiva. Me siento muy cómoda allí. Me recargo de energía y siento la energía de mis compañeros y compañeras. Algunos chapotean en la orilla, otros nos aventuramos en aguas profundas. Salimos exhaustos pero felices. Lástima que sólo sea eso, una isla.

Continuará…

miércoles, 4 de junio de 2008

Falla de fábrica


Falla de fábrica
left handed, right “brained”

Soy el producto de una extraña combinación. Me manda el hemisferio derecho de mi cerebro pero obedece el lado izquierdo de mi cuerpo. Soy zurda.

Seguramente debe ser una falla de fábrica. El tema es que no vine con garantía y no tengo a quién reclamar, no se aceptan cambios ni devoluciones.

Algunos resultados de esta fórmula:

Me negué a las matemáticas y me entregué a cada letra del alfabeto como si yo misma las hubiera inventado. Son mis hijas, mis madres, mis hermanas y mis amigas. Los números en cambio, no existen para mí, salvo en las calculadoras. Si los ví, no me acuerdo.

Esto obviamente me ha ocasionado una serie de desperfectos en el funcionamiento que no he tratado de suplir sino de sobrellevar de la mejor manera. Para eso me sirvió ser zurda, para aprender a sobrevivir en un mundo hecho para y por los otros, o sea, los diestros.

Mi zurdera entonces me ha abierto horizontes:

Desde pequeña tuve que aprender a usar tijeras hechas para diestros, escribir en carpetas hechas para diestros (a mano alzada), a comer sin levantar el codo (para no chocarme con el del costado, que obviamente, era diestro). Todo esto con tal ímpetu, que mi cerebro recreaba simultáneamente el derecho del revés de cualquier objeto que detectaran mis ojos. Por eso creo que los zurdos tenemos doble lateralidad, porque aprendemos a ver el otro lado de las cosas, simétricamente en nuestros cerebros.

Y así ando por la vida, derechito por el camino torcido, enderezando mi zurdera con el hemisferio derecho de mi cerebro y recogiendo letras de aquí y de allá y descartando números de allá y de acá.