viernes, 27 de noviembre de 2009

El último asiento de la fila



Cualquier parecido con la ficción es pura realidad…

Me senté pensando pasar un vuelo tedioso y aburrido, solo amenizado por Tokyo Blues de Murakami y la eventual turbulencia al sobrevolar la Amazonía y los Andes. Veinte días fuera suman lo justo y necesario para hacerse extrañar y extrañar. Toda la experiencia ganada en una pasantía por Medellín explorando el tema de cultura ciudadana y disfrutando de la amabilidad de los paisas me hacía regresar llena de energía. Dispuesta a desconectarme de mis pensamientos que me tenían de lo más acelerada, a bajar las revoluciones desatadas por las ingentes cantidades de cafeína consumidas en los tinticos, me apoltroné en el 21 C y abrí en la página marcada con el boleto del Metro de Medellín.

Como el flashback de Watanabe aterrizando en Hamburgo transportado por Norwegian Wood de los Beatles, di un brinco al pasado al escuchar la voz del piloto. Buenas noches, les saluda el capitán Alfredo Laurel Zorro, bienvenidos a su vuelo TACA 133, Bogotá – Lima… qué regalo del destino, pensé, ponerle la cereza al pastel de esa manera.

Tomé la libreta de apuntes que siempre llevo en la cartera, - rezagos de mi época de reportera- y escribí: hola, qué gusto que seas tú quien me lleva de regreso a Lima, Mabe. Llamé al purser y le pedí que llevara mi mensaje. Mi compañera de pasantía sentada a mi lado no paraba de hablar, lo había hecho incesantemente durante todo el viaje y ahora disparaba su artillería de palabras a un boliviano que le dio pie. El purser tardó en regresar exactamente lo que demora recorrer el pasadizo del avión de ida y vuelta, traía una copa de champagne en la mano. Una invitación del capitán, dijo parcamente. Yo sin embargo, le noté un gesto cómplice en la mirada. Mi amiga interrumpió su cháchara. ¿Y eso? me preguntó. Yo no pude contener la carcajada. Parece que aun se acuerdan de mí, le dije. Pues me lo cuentas todo y exageras, pero ya! Se dio la vuelta y dejó al boliviano con la palabra en la boca.

Bueno, qué versión quieres, ¿la de Naoko o la de Midori? Empezaré por la más triste. Naoko había prevalecido los dos años anteriores de conocer a Alfredo. Habían sido años de auto-mutilación y de mucha angustia. Una negación permanente de la capacidad de sentir con la piel. Era la época en que me entregaba por miedo a perderlo todo y sin embargo ya había perdido todo. Estaba seca, por dentro y por fuera. Vivía los estertores de una relación dañina al máximo, por su total dependencia y unilateralidad. Estaba atada al padre ausente a través de un enamorado prepotente que me tomaba y dejaba con absoluta arbitrariedad. Yo me dejaba llevar como un tronco tieso que el río arrastra, destrozándolo contra las piedras, astillándolo y pudriéndolo por dentro. Andaba por inercia, sólo reaccionaba ante el timbre del teléfono esperando llamadas que nunca llegaban. La época de Naoko fue la peor de mi vida y sin embargo la que más valoro, por todo lo que aprendí. Me hizo fuerte ser Naoko, me hizo grande poder matar a Naoko, y sacarla de mí. Matando a Naoko me volví inmune a esa parte de mi misma y le devolví brillo a mi cabello y suavidad a mi piel. Le metí carne a mis huesos y nunca más fui un cadáver andante.

Sorbí el champagne. Brindé en silencio por Naoko, q.e.p.d. dispuesta a continuar mi relato. Mi amiga me interrumpió. No entendía nada. Tuve que ser menos figurativa. Mira Patty, ¿te acuerdas del libro que te comenté donde el eje de la trama es el suicidio? Bueno, Naoko es el amor del protagonista, Watanabe. La historia empieza en una situación similar a ésta, Watanabe escucha una canción de los Beatles en el avión y eso lo lleva a recordar lo que vivió en su juventud, cuando Naoko estaba viva.

OK, ya se te subió el champagne a la cabeza… continúa, pero dime ¿y tú qué tienes que ver con Naoko? ¿Yo? No sé, es que acabo de hacer la asociación, será por lo deprimida que andaba por esa época, justo cuando conocí a Alfredo, acababa de terminar mi relación con el pata ese que te comenté, el que me hizo la vida a cuadritos.
OK, got ya. Pero, ¿qué pasó con el capi? ¿Por qué te has emocionado tanto?

Si quieres que te cuente trata de abstraerte un poquito ¿si? No quiero ser tan obvia, déjame disfrutar de la magia de este momento. Bueno, maga, parece que el hechizo perdura porque allí viene el mensajero otra vez. El purser se dobló para alcanzar mi oreja, el capitán la espera en primera, me dijo en un susurro.

Me paré despacio mientras revisaba mi aspecto. ¿Cómo me veo Patty? Seguro que está calvo y panzón me comenté a mi misma. Antes de escuchar su respuesta me terminé el resto del champagne, me metí un chicle en la boca y enrumbé hacia el pasado. Traspasé el umbral de los ciudadanos de a pie para entrar a la intimidad de unos cuantos. A esos también los dejé atrás y me quedé en la antesala de mis recuerdos, estaba casi en penumbra. De pronto, un haz de luz se filtró de la puerta de la cabina que se abría. ¿Mabe? Una voz incrédula me sonó familiar. Esforcé la visión. Antes de terminar de calzar esa imagen con la de mi memoria, ya estaba envuelta en un abrazo cálido y urgente. Permanecimos así varios minutos, mudos. Déjame verte, te felicito, sigues hermosa. Y tú, baby face come años, conservas el pelo y la barriga plana. Nos echamos a reír nerviosos.

Atropellamos las palabras explicando las circunstancias que nos hacían encontrarnos después de tantos años a más de 10,000 metros de altura. Siempre quise que volaras conmigo. Y yo jamás me iba a arriesgar a tus maniobras temerarias. Y ya ves, no te libraste, el destino te trae de regreso a mis manos. Te equivocas le dije, tus manos me llevan de regreso a casa. En menos de 10 minutos resumimos nuestras vidas, cambio de la vida militar a la aviación comercial, dos hijos, la muerte de su primera esposa, que me solía ver en televisión, que luego me perdió el rastro, que me casé en la playa. Era halagador saber la cantidad de detalles que conocía de mi vida. Finalmente, antes de que las palabras se agotaran, lo mandé de regreso a pilotear el avión, anda le dije, no quiero secuestrar al piloto. Nos volvimos a abrazar, esta vez por corto tiempo. Di la vuelta sin dejar de sonreír sintiendo que sus ojos recorrían mi espalda.

Llegué al último asiento de la fila, me senté y tomé mi libro. Patty me lo quitó. Estás loca si crees que no me vas a decir lo que pasó. Lo haré, pero me apetece un trago primero. Una hostess había reemplazado al purser y pasaba por mi lado observando. Le pedí un vaso con vino blanco. Creo que está celosa, me dijo Patty riéndose. Ay no seas monga deja de fantasear y escucha:

“Entre sorbo y sorbo de cerveza fría, observé a Midori, de espaldas, que cocinaba con esmero. Movía su cuerpo con agilidad y destreza mientras realizaba cuatro tareas a la vez. Viéndola, uno pensaba que estaba probando lo que se cocía en la cazuela, que picaba algo sobre la tabla de cortar o sacaba algo del frigorífico y lo servía en un plato, o que estaba lavando un cacharro que ya no necesitaba. De espaldas recordaba a un percusionista indio. De esos que, mientras está haciendo sonar unas campanillas, aporrean una tabla y golpean unos huesos de búfalo de agua. Todos sus movimientos eran rápidos y precisos, el equilibrio perfecto. La contemplé con admiración.”

Patty se había pasmado, definitivamente no me estaba siguiendo y yo ya estaba volando a mil por hora. Mi habladora amiga estaba a punto de entrar en estado autista de tanta confusión y eso me daba remordimiento. Troné los dedos en su cara y pestañeó. Bueno amiga, te voy a explicar. El alter-ego de Naoko en el libro es Midori. Midori es eros, Naoko era tanatos. Midori es fenomenología de los sentidos, es la exacerbación del placer. Midori anda en unas minis impresentables y adora exhibirse. Cuando cocina para Watanabe entra en un frenesí loco pensando en los ojos que la observan y en las sensaciones que su comida y su cuerpo están despertando en él. No lo ve, pero siente sus ojos recorriéndole la espalda e intuye la saliva que llena la boca de su amigo, lo está provocando y eso la hace sentirse viva.

¿Y qué tiene que ver todo eso con la historia entre tú y el capitán? En realidad nada, le dije, con flojera de hacerla entrar en mi juego de roles. Es sólo que una vez me metí clandestinamente a su cuarto en la FAP y le cociné. ¿Juat? Tú estabas más loca que Midori! Buena Patty, por fin agarraste el hilo. Sígueme que me estoy asustando un poco de tanta coincidencia.

Alfredo me conoció saliendo de la crisis, aun no me encontraba estable y por eso fingía una seguridad y un aplomo que estaba lejos de sentir. Me volví más snob que nunca. Se me veía muy suelta de huesos pero en el fondo lo que tenía era un miedo horrible de volver a caer en el hoyo. Alfredo jamás me exigió compromiso y a pesar de venir de un medio extremadamente machista, nunca me reclamó mis excesos de maquillaje, mis pelos alborotados ni mis trajes estrambóticos. Creo que le divertía ver la cara de sus amigos y sobretodo de las esposas de los oficiales cuando nos aparecíamos en las reuniones institucionales muertos de la risa cada uno con una botella de cerveza en la mano. En esa época, terminé de enterrar a Naoko y dejé salir a flote a este otro personaje encantador que ahora comparo con Midori, el segundo amor de Watanabe. De hecho, fue mucho más agradable convivir con Midori que con Naoko. Midori me dejó su desparpajo, su frescura y su agudeza. Con Midori habitando en mi, rescaté la libido y dejé de pensar que era frígida. Alfredo conoció y disfrutó mi lado Midori, y hace un rato, cuando sentía sus ojos recorrer mi espalda, esa parte de mi volvió a aflorar.

Por eso estás tan turbada, querida amiga, creo que hoy no sólo te has encontrado con el capitán ese con nombre raro, sino con todo tus amigos japoneses. Nos echamos a reír y a llorar. El último asiento de la fila era lo más cerca de casa que había estado jamás.