lunes, 22 de diciembre de 2008

disquisiciones de pseudo ama de casa


Objetos inanimados pueblan las casas, las llenan, las atiborran, se apoderan de ellas sin que obre voluntad de por medio, más que la de ellos mismos, omnipresentes, expansivos, como una plaga para la que sólo hay remedios radicales, la poda, la baja policía, la limpieza general implacable de cambio de estación.

A ellos les conferimos valores que no ostentan por sí mismos, y adquieren de esa manera su derecho a existir, su cupo en el espacio, su derecho de piso. De tanto verlos ya no los vemos, pero si alguien osa moverlos de su pequeño nicho, echamos de menos su presencia inmediatamente, como un acto reflejo, lo mismo cuando se trastocan las posiciones del acomodo hogareño y la retina nos presenta alarmada el desfase de su ubicación.

Así de maniática soy con los objetos de mi casa. Cada cual en su lugar y un lugar para cada cual. Hasta que yo decida reasignar posiciones o dar de baja. Pero deben ser mi mano y mi criterio, sólo los míos, los que guíen su destino, soy dictadora en eso. Donde había 11 cuadros ahora sólo hay 3. Para mi esposo el 11 es un número completo, será por su afición al fútbol. Yo mandé 8 jugadores a la banca indefinidamente, no porque estén lesionados, sino porque me cansé de verlos simplemente. No hay lugar a reclamos, en los ambientes de mi casa soy dueña y señora y la decoración más que mi sello lleva mi alma misma, mi casa soy yo y yo soy mi casa.

Lo mismo pasa con los muebles. Los ubico coreográficamente. Que dancen en la sala, de a dos, de a tres, con cojines, sin cojines, mesa al medio, mesa al costado, en semicírculo o en esquina, simétricos o asimétricos en su posición respecto de la chimenea. Y así, los habitantes de mi casa simplemente acomodan sus traseros resignados a la vista que dispuse para ellos, hacia el jardín, hacia la calle, hacia la escalera, como mansos pasajeros de la nave que yo comando.

Pero soy una comandante totalmente comodona, comandante comodona, hasta las palabras se acomodan cacofónicamente ante mi antojadizo temperamento. Sólo decoro, rara vez ordeno y poquísimas veces limpio, para eso tengo a mis brazos derecho e izquierdo. Nana en la planta baja y tata en las alturas. En ellas he delegado la autoridad necesaria para mantener mi barco pulcro y ordenado, y ellas, con denostado esfuerzo tratan de que sea así, enfrentando con mil artimañas a los piratas de mis hijos, saboteadores del orden y la armonía.

De los objetos que llegaron hace 20 años quedan pocos. Hay 3 banquitos, fieles. Ostentan inscripciones cual vestigios de épocas pasadas. Los hemos pulido y laqueado varias veces, pero vuelven a aparecer como los signos de los tiempos. Son multi-usos cualesquiera que haya sido el espacio al que nos acompañaron, siempre versátiles y comedidos, como asiento, como escalera, hasta como mesita o porta maceta, siempre estuvieron allí. Quizá por eso los conservamos, su amor es incondicional.

También hay una quesera, de la época que como regalos de matrimonio sólo se recibía plástico, madera y en le mejor de los casos cerámica. Esta quesera es de cerámica blanca con flores de colores. Nada del otro mundo, pero también ha ganado su lugar preferencial en la refri y en la mesa. La verdad es que no entiendo cómo es que ha logrado mantenerse intacta durante dos décadas de implacable destrucción de vajillas. Es una sobreviviente, por eso es la portadora oficial del queso fresco.

No hay mucho más en realidad. De herencia de la casa materna, sólo un juego de cubiertos que atesoro. Sólo hacen su aparición estelar en días de fiesta o cuando pretendo impartir a mis hijos algo de modales en la mesa dominguera. Ah, y tres grabados de Camino Sánchez, desdeñados por mis hermanos porque retratan rostros de indios e indias en labores doméstico - rurales, la lechera moche, el paisano con sombrero, etc. nada que otrora, -cuando el Perú no estaba de moda- hubiera sido digno de admirar. Siempre engalanaron alguna pared, algunas veces la única pared engalanable de no pocos mini-departamentos por donde recalamos en las épocas del plástico, la madera y la cerámica.

Hoy que nuestra casa luce remodelada, amplia y cómoda, donde nos hemos dado el lujo de poner a cada niño y niña en su propia habitación y donde hasta hay espacio para la creación, el arte y por supuesto el desorden que ambos implican, sigo recordando con nostalgia los huequitos donde los banquitos y algunos cojines eran suficientes para las ínfulas de esta nunca declarada ama de casa.

2 comentarios:

Renato Canales M. dijo...

Han pasado más de 20 años desde que estamos juntos, aunque considero que ya son más de 21. Cómo olvidar aquellos días que pasábamos arreglando el mini departamento que alquilamos en Orrantia del Mar donde vivimos nuestros primeros días de matrimonio... Cómo olvidar tu hermosa sonrisa acomodando aquellos objetos hoy desaparecidos. Cómo olvidar a aquella jovencita de 23 años feliz en su pequeña morada. Cómo olvidar nuestros viajes en aquel VW verde hoy también desaparecido. Cómo olvidar tus tranquilos días en aquel departamento esperando la llegada de Renatito. Cómo olvidar cuando hacíamos el amor con tu linda pancita de por medio. Todo lo hacías con alegría y optimismo tal como hoy lo haces en Miraflores o en Punta Hermosa. Siempre con tu bella sonrisa y hoy con nuevas ilusiones, que espero siempre tengas. Por eso no importan tanto los objetos, lo único que me interesa es estar a tu lado 20, 40 o 60 años más.
Te amo.

Cesarolo dijo...

Sólo faltan tus discos de Silvio, patrimonio familiar, propiedad privada, personal e intransferible