martes, 17 de junio de 2008

Qué redículo (sic) mami…


Bienaventurados los niños que no temen al redículo, se ríen de sí mismos y de los demás y van con sus deditos apuntando verrugas, cicatrices, calvicies, taras de toda índole sin clemencia y sin piedad. Qué desnudos nos presentamos ante sus ojos, que ven más allá de lo evidente. Qué vulnerables a su inocencia que nada se calla. A su naturalidad para preguntar acerca de cualquier cosa que les llame la atención con espontánea curiosidad y sin aparentar sabiduría.



Por andar de preguntona me he expuesto al redículo varias veces. Por hacerme la sabionda también. Como a los adultos sólo se nos permite comentarios inteligentes, debemos ponderar con sumo cuidado las oportunidades que tenemos de callar. No vaya a ser que les pase lo que a mí:


Les cuento, lo que me sucedió cuando entré a trabajar en la Embajada Británica. Resulta que un arquitecto super reconocido y de apellido rimbombante que por supuesto no puedo recordar, el que diseñó el Hotel Sheraton nada menos, llegó de invitado a una recepción en la residencia del Embajador. Como funcionaria de prensa y RRPP mi obligación era “mingle” o sea, mezclarme entre los invitados y fungir de anfitriona. No se pueden imaginar el stress que me causaba tener que “mingle” sin conocer a nadie a los 27 añitos. Bueno, igual, me lanzaba a la piscina de las conversaciones impostadas y forzadas en busca de algún incauto que se dignara seguirme la cuerda. Y así, me presenté con el distinguido arquitecto de apellido rimbombante cuyo nombre no puedo (ni quiero) recordar. Yo había leído en alguna parte que el Sheraton había sido levantado en el lugar donde alguna vez quedó la penitenciería de Lima. Inspirada por mis conocimientos generales, lancé el comentario más desatinado de mi vida. Así que usted remodeló la penitenciería para convertirla en es hermoso hotel, cómo hizo? El tipo, con justo enfado, me espetó que cómo me atrevía a insinuar que su hotel era una cárcel, y si no me dijo ignorante creo que fue más por apego a sus modales aristocráticos que por compasión a mi estupidez. Qué redícula, pero que cague de risa de mi misma, me libera reconstruir la escena y poder señalarme con mi dedito de niña traviesa. Así se aprende pues, a cocachos.

Pero con esa no me quedé curada. Ya trabajando en USAID tuve que visitar el Palacio de Torre Tagle para preparar una ceremonia de firma de un convenio. Toda una experta según yo en el trato con diplomáticos luego de más de 15 años en estos avatares, llego canchera y pregunto por mi contraparte. Un señor muy amable, qué casualidad, de apellido rimbombante que no recuerdo ni quiero recordar, me recibe con suma cordialidad y me hace pasar al Salón de Tratados. Se excusa porque la Marquesa de Torre Tagle no podrá estar presente, porque debió viajar para unas restauraciones. Yo le pregunto, y qué obras va a restaurar la Marquesa de Torre Tagle y el noble caballero me responde con una mueca que no quiero interpretar, “no, no va a restaurar, va a ser restaurada, la Marquesa de Torre Tagle es una pintura”, requeteplop!!!! Y allí me quedo yo toda expuesta con mi ignorancia sin saber qué decir. Y recurro ahora a mi dedito infantil a señalarme a mi misma como terapia lúdica para reconocerme en toda mi candidez y volver a reírme de mi misma, con perdón de la Marquesa.

Últimamente, más suelta de huesos, cuando no sé algo me callo, cuando lo sé a veces también, y espero la intervención del otro. Me permito ser visible cuando puedo aportar algo constructivo y no por simple afán de figuretismo, es que la vida enseña pues. Pero hay circunstancias, bueno hay circunstancias que te hacen pisar el palito…

En una playa del kilómetro cientoveintitantos de la Panamericana Sur, cuyas coordenadas me acuerdo perfectamente pero no voy a revelar, vive una pareja de amigos encantadores. Estos amigos encantadores nos invitaron a mi familia y a mí a pasar Año Nuevo a su encantadora playa donde se organizaba una encantadora fiesta. Llegamos temprano el 31 de diciembre y como corresponde a una señora que se respete (esa ni yo me la creo, jajaja) ofrecí ayuda a la anfitriona. Ella me dijo encantadoramente que ya todo estaba listo pero que en un ratito me llevaba al “club Jauja” para enseñarme la disposición de las mesas. ¿Club Jauja?!! Yo me emocioné por la inesperada diversidad y tolerancia cultural de aquella encantadora playa, realmente rompía todos mis esquemas pensar en la posibilidad de encontrar un club de provincianos en un lugar tan encantador como ese. Qué prejuiciosa Mabe, me dije a mi misma, debes otorgar siempre el beneficio de la duda. Y en esas disquisiciones estaba cuando la risa de unas encantadoras amigas de mi encantadora amiga me traen abruptamente de regreso a la realidad diciéndome, ajj Club Jauja, cómo se te ocurre, Club House, mamita, Club House, dónde crees que estás?!!! Redícula de toda rediculez, felizmente redícula, orgullosamente redícula, de ser tan desubicada y andar confundiendo lugares y personajes, me señalo a mi misma con mi dedito infantil, ay Mabe, qué redícula eres.

3 comentarios:

Cesarolo dijo...

Jajajaja qué gracioso!!! todos caemos en esas cosas por inocencia o ignorancia jajaja.
Sólo me queda una duda ¿por qué redícula?

Ebam dijo...

porque así decía Bía y me encanta como suena, chévere no?

Anónimo dijo...

Muy buena la anecdota de la Marquesa!....y mejor aun, la del Club JAUJA en las playas del sur jajaja